viernes, 27 de agosto de 2010
Ojos
Como lo hacía cada viernes, venía de modo un ondulante por la fiesta y paseaba su desfachatez. Acompañado siempre de una rubia o una morocha en su mano, nunca le importó mucho lo que veía el resto, lo único que cuidaba eran sus formas de acercase a ellas. Pero cuando llegó a ese subsuelo tan particular, en busca de una agradable compañía, una mirada penetrante lo acorraló. Se dijo a él mismo, "cae hoy"... Se acercó, ella tenía una sonrisa impregnada. Hablaron un rato, la rubia y la morocha lo traicionaron, no pudo acordarse de su nombre ni de su número. Partido perdido hubiesen pensado muchos, pero la mirada y la sonrisa pudieron más. Se comió todo su orgullo y se acercó de una forma poco ortodoxa: "Amiga que no me acuerdo tu nombre...". Todavía no sabe cómo funcionó esa forma de acercarse. Siguieron charlando mucho rato. Ahora sí, sabía su nombre, su teléfono y quería conocerla. Después de media hora no quiso sacarle sólo un beso, quería conocerla bien y sacarle besos varios. Para evitar desmanes se fue, con su teléfono y su nombre entre manos. Se acordó de esos ojos apenas se levantó. Como todos los sábados a las 3 de la tarde saltó de la cama, pero a diferencia de los otros, en vez de almorzar y mutar frente a la TV, empezó a cranear ese mensaje para que ella acceda a volver a verlo. A las 9 de la noche le escribió y a la semana se volvieron a ver...
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