lunes, 25 de julio de 2011

Crónicas de la decimo quinta

La envidia, los goles y la fiesta celeste.

Zarpamos de Montevideo, como un montón de Uruguayos, llenando nuestras gargantas con el elixir divino de la Grappamiel. Adelante nuestro, otro cuarteto mucho más curtido en edad, uno de ellos, ya calvo con la pilcha de Villa Española arengaba a las masas, y éstas respondían, es decir cantabamos cual mongólico el ya clásico "Volveremo".
Noche fría en el ferry, había que seguir calentándola. En un acto de mariconez extrema traicionamos a nuestros compratiotas, llenamos nuestro espíritu con licor de Whisky. Dulce. A horas de tener un dolor interminable de cabeza. 10 am. 4 uruguayos, un sueño y la búsqueda del tesoro, las entradas para la final. En el camino nos dimos cuenta de 3 cosas:

- Los porteños la tenían adentro, no soportaban nuestra fiesta.
- Había un aura que nos hacía sentirnos campeones, a todos los uruguayos que transitaban la metropoli.
- La cerveza argentina es para nenas. Apesta.

Ya con las entradas en mano procuramos un poco más de Cerveza. Ante la negativa de todos los porteños (insisto que les dolía en alma vernos felices) encontramos a lo que buscabamos. Una señora mayor, que nos felicitó por estar en la final, nos dijo "vayan al chino de la esquina". Ok. Abrazo, medalla y beso para la abuela. Conseguimos la cerveza. Ahora había que caminar, vivir el momento, estar ahí. Darte cuenta que para nosotros el fútbol es algo único. Cómo lo vivimos, pocos lo entenderan. Las inmediaciones del Monumental de Nuñez padecían de una inavisión celeste, que de a ratos tenía sectores albirrojos. Lo inédito, la paz y la tolerancia. ¿Cuánto se disfruta?, es impagable y es un ejemplo. Almorzamos y nos plantamos un desafío. Para ganar la copa, teniamos que tomar 15 copas de cerveza cada 1. El bisturí, gran servidor nunca me dejó ver el fondo del vaso. Los 4 nos tomamos las 15, estábamos seguros de que ganabamos la décimo quinta. Rumbo al estadio cantamos, saltamos, vimos pasar el bondi con los jugadores, particularmente vi la cara de enchufadisimo del Tata Gonzalez, la tranquilidad de Loco Abreu con su camarita y la felicidad de niño del "Edi".

El momento sublime

Ya en el Monumental entendí un poco la dimensión de lo qué es River. Un estadio espectacular, de primer mundo. A pocos metros tenía a los jugadores calentando. No lo podía creer. Para un futbolero de raza como yo, estaba tocando las puertas del Olimpo, o estaba en el Olimpo mismo. Entraron los jugadores a la cancha y después de que la Tota balbuceó unas frases hechas que no se las creía ni él llegó el himno. Dichosos todos los uruguayos que pudimos disfrutar de cantar nuestro himno en el Monumental. Las 4 tribunas del estadio retumbaban, y eran esos retumbes los que me hacían erizar la piel. A mi lado, un nene de 9 años, cantaba y lloraba. Retumbó "sabremos cumplir". Ahí empezamos a ganar el partido. Y así salimos a la cancha, eramos 40 o 50 mil uruguayos corrienda atrás de la pelota. Los matamos, categóricamente superiores desde el minuto cero. Finta en el área y gol de luisito. Quite del cacha y zapatazo de Forlán al estilo Play Station, rompe la red en el momento que los grandes se hacen eternos. Manual básico del contragolpe, 3 pases y llenarse la boca de Gol, esa que a un uruguayo hace más feliz que ganar el 5 de oro.

La fiesta

Un padre de unos 40 años lloraba desconsolado. Era amigo de Lugano y de Scotti, de unos 25 metros que nos separaban se hacían señas de "es para vos". El tipo lloraba como si fuese un chiquilin. Qué lindo es ser uruguayo. De ahí a caminar, a intentar llegar al obelisco. Nunca llegamos. Ningún taxista nos subió por ser uruguayos. A lo que nosotros contestábamos contando hasta 15. Soy celeste... Los bonaerenses deben haber tenido pesadillas con esta canción, en cada encuentro entre uruguayos salía este grito de las gargantas. Uruguay nomá, somos el cuadro más ganador de América, como dijo luisito con "tres huevos"... Muchas veces no estoy orgulloso del país en el que vivo, hoy sí. Gracias muchachos, y muchas gracias Tabarez, por dejarnos volver a creer en nosotros.

martes, 5 de julio de 2011

La casa donde crecí

Si hoy me estuviese tomando un tacho le diría Rincón esquina Simón Bolívar, la casa que tiene como una cancha de fútbol en el frente... Allí me estaría esperando mi abuelo, sentado en Su perezoso del Porsche, saludándome con sus brazos de orangután, mi abuela probablemente estuviese saliendo de la cocina, feliz porque llegó el primogénito, adelante de ella alguno de mis pequeños primos, irradiando esa típica felicidad infantil. Todo ese ambiente genial combinado con un verde espléndido y el aroma a tilo que baja desde el árbol, donde con los pibes cada uno tuvo su posición para pasar unas tardes de verano increíbles y para tirar los primeros piropos a las damas.
Esta noche estoy nostálgico porque la casa tiene el cartel de "A LA VENTA". Los años pasaron y cada uno de mis tíos, e incluso mi viejo, dejaron de entender la mística de la Opa Opa, la casa que me vio crecer. Ya nadie la quiere cuidar, ya nadie la visita en invierno y los asados, cada vez más salteados pero siempre igual de ricos. Una casa compuesta por 3 habitaciones separadas, una cocina, 2 parrilleros y por la mejor cancha de fútbol de la historia. Cancha ideal para el 5 contra 5, que a medida que crecimos fue mutando de un field de arcos cuadrados de madera, a arcos de adolescentes chancletas, que solo te dejaban escorear "de cerca", cosa que cada uno fuese el árbitro en su momento. No quiero dejar de lado a la escondida y al Croquet (te hicimos top San Luis).
Atrás quedan los mejores veranos que un niño pudo haber vivido y de adolescente ni te digo. Punto de reunión exclusivo, más de 15 bicicletas copaban los alrededores del tilo. En el fondo, las chicas reunidas o nosotros jugando al Ping Pong, en el frente siempre alguno dominando la pelota. Atrás quedan tantas cosas... Las gambetas interminables del Gordo Horne, la fuerza extrema de Martín al trancar una pelota, la torpeza del Nico con su metro 90 de altura, la vehemencia de Renzo para todo -incluso para partirle en la espalda una paleta de Ping Pong al Gordo Horne-, mi habilidad para inventar caños de todos los colores, la destreza del Boli para sacar todos los "mates" jugando al Ping Pong y para ganarse el peor apodo en la historia de la humanidad, los abdominales de Pablito, la pachorra del Gonza Silva, las pijiadas a Gian, el shot seco del Gonza Lago, los monólogos de JP, las caras del Wladi y su Supershoooot a las 7 am, la guitarra del Maravilla haciendo el mejor rock, los gritos cariocas del Panqueque y la inconfundible mirada de mi abuelo, siendo un patrón de todos esos proyectos de hombres que se movían por ahí. También quedan atrás nuestras amigas, esas que con las que mi abuelo se relamía los ojos y mi abuela, como toda mujer, miraba con recelo. La Colo y Leti siempre agitando para hacer algo, la voz de caño de Andi, las caras de c.....lo de Valen, los pires esteños de mi hermana, el analcoholismo de Marcela, la parquedad de Ele, la llegada de las porteñas y la Madurez de Nati. Son recuerdos, muchisimos y muy buenos, pero lo mejor es que son amigos, por más que no nos veamos todos los días.
En la historia quedan las previas de aquellas primeras borracheras y los fogones, con Renzo a la voz y Maravilla y Gonza Silva como sus laderos haciendo magia con la viola. En el mejor lugar queda el Timón, el gran boliche de la costa de Oro. Y en mi retina toda la vida, Mirasoles Beach - antro de partidos playeros contra Los mampas o Zapatudos- dueña de unos atardeceres dignos de inmortalizar.

PD: Odio a Walter y los del Volley, en la vida no todo es amor.
PD2: Seguro que me olvidé de mucha gente.. pero bue!!!