martes, 5 de julio de 2011

La casa donde crecí

Si hoy me estuviese tomando un tacho le diría Rincón esquina Simón Bolívar, la casa que tiene como una cancha de fútbol en el frente... Allí me estaría esperando mi abuelo, sentado en Su perezoso del Porsche, saludándome con sus brazos de orangután, mi abuela probablemente estuviese saliendo de la cocina, feliz porque llegó el primogénito, adelante de ella alguno de mis pequeños primos, irradiando esa típica felicidad infantil. Todo ese ambiente genial combinado con un verde espléndido y el aroma a tilo que baja desde el árbol, donde con los pibes cada uno tuvo su posición para pasar unas tardes de verano increíbles y para tirar los primeros piropos a las damas.
Esta noche estoy nostálgico porque la casa tiene el cartel de "A LA VENTA". Los años pasaron y cada uno de mis tíos, e incluso mi viejo, dejaron de entender la mística de la Opa Opa, la casa que me vio crecer. Ya nadie la quiere cuidar, ya nadie la visita en invierno y los asados, cada vez más salteados pero siempre igual de ricos. Una casa compuesta por 3 habitaciones separadas, una cocina, 2 parrilleros y por la mejor cancha de fútbol de la historia. Cancha ideal para el 5 contra 5, que a medida que crecimos fue mutando de un field de arcos cuadrados de madera, a arcos de adolescentes chancletas, que solo te dejaban escorear "de cerca", cosa que cada uno fuese el árbitro en su momento. No quiero dejar de lado a la escondida y al Croquet (te hicimos top San Luis).
Atrás quedan los mejores veranos que un niño pudo haber vivido y de adolescente ni te digo. Punto de reunión exclusivo, más de 15 bicicletas copaban los alrededores del tilo. En el fondo, las chicas reunidas o nosotros jugando al Ping Pong, en el frente siempre alguno dominando la pelota. Atrás quedan tantas cosas... Las gambetas interminables del Gordo Horne, la fuerza extrema de Martín al trancar una pelota, la torpeza del Nico con su metro 90 de altura, la vehemencia de Renzo para todo -incluso para partirle en la espalda una paleta de Ping Pong al Gordo Horne-, mi habilidad para inventar caños de todos los colores, la destreza del Boli para sacar todos los "mates" jugando al Ping Pong y para ganarse el peor apodo en la historia de la humanidad, los abdominales de Pablito, la pachorra del Gonza Silva, las pijiadas a Gian, el shot seco del Gonza Lago, los monólogos de JP, las caras del Wladi y su Supershoooot a las 7 am, la guitarra del Maravilla haciendo el mejor rock, los gritos cariocas del Panqueque y la inconfundible mirada de mi abuelo, siendo un patrón de todos esos proyectos de hombres que se movían por ahí. También quedan atrás nuestras amigas, esas que con las que mi abuelo se relamía los ojos y mi abuela, como toda mujer, miraba con recelo. La Colo y Leti siempre agitando para hacer algo, la voz de caño de Andi, las caras de c.....lo de Valen, los pires esteños de mi hermana, el analcoholismo de Marcela, la parquedad de Ele, la llegada de las porteñas y la Madurez de Nati. Son recuerdos, muchisimos y muy buenos, pero lo mejor es que son amigos, por más que no nos veamos todos los días.
En la historia quedan las previas de aquellas primeras borracheras y los fogones, con Renzo a la voz y Maravilla y Gonza Silva como sus laderos haciendo magia con la viola. En el mejor lugar queda el Timón, el gran boliche de la costa de Oro. Y en mi retina toda la vida, Mirasoles Beach - antro de partidos playeros contra Los mampas o Zapatudos- dueña de unos atardeceres dignos de inmortalizar.

PD: Odio a Walter y los del Volley, en la vida no todo es amor.
PD2: Seguro que me olvidé de mucha gente.. pero bue!!!

1 comentario:

  1. Excelente relato!!! Cuantos gratos recuerdos, se me eriza la piel de solo pensar en cada uno de los momentos mas lindos de mi adolescencia!!!

    Supershot!!!

    ResponderEliminar