miércoles, 24 de febrero de 2010

Kichefuchefu


En las líneas que siguen experimentarán el sabor de un vómito. Todo lo que la sensación nauseabunda trae consigo: dolor, desagrado y hasta cierto grado de desconcierto, un mareo quizás. Nos remite a un problema, a la consecuencia de éste, al vacío que deja ésta consecuencia, a una reacción instintiva y a una exhaltación del orgullo personal. El vómito es del "Cocata", un amigo que expresó notablemente su desdicha, su primer paso como le dijo un sabio, para hacerse un poco más duro.

”Hay alguien”, y el recorrido nervioso de sus primeras lagrimas encontró los labios justo cuando volvían a soltarlo, -“hay alguien, y lo conocí…”- ya no pude procesar el resto, la reacción de mi cuerpo me aturdía demasiado, me anulaba por completo; el sonido seguía vibrando de fondo, un eco bastante pesado, espeso.

No fue un nudo en la garganta, más bien empezó en el pecho y sentí con claridad como se expandía desde ahí tomando rápido el resto, el ardor helado, los músculos blandos, un colapso cercano y treinta imágenes por segundo, anulado. Intenté recomponerme para evitar peores y escupí cualquier pregunta adolescente que alcanzaba a elaborar como insinuando cierta indiferencia sobre esa realidad, pobre y bastante evidente, triste. Ya no pude razonar, el pulso se trasladó a la nuca y giró con su ritmo sobre los dos tímpanos, aturdido, no alcanzaba a escuchar nada de lo que seguía explicando.

“Pero yo te amo!...” volví a escupir sin meditar esa primer sensación que intentaba tener algo de lucidez, y ahí caí en la realidad estéril de mi último argumento, como si tuviera valor metafísico, supernatural o fuera capaz de extinguir definitivamente lo generado por otro hombre en ella, infantil. Fue el último recurso, un reflejo no muy digno de esgrimir.

Quizás el tercer impulso fue el más sensato, ya con la vergüenza explicita y sintiéndome moneda de cambio, junté el poquito orgullo que aún me regalaba la situación para entregarme espontáneo al próximo movimiento. Acomodé la expresión del rostro, nos dimos ése abrazo y empecé a caminar con la inercia extraña de la mente en blanco, me fui sólo, digiriendo el desconcierto el resto del camino.

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